En apariencia, el relativismo moral es una afirmación de libertad: cada quien define lo que está bien o mal según sus convicciones, su cultura o sus emociones. Pero detrás de esa fachada de autonomía se esconde, muchas veces, una renuncia a la verdad y a la responsabilidad moral. El relativismo no surge de una búsqueda de lo bueno, sino del rechazo a ser juzgado. Como el jugador que, al no poder ganar según las reglas establecidas, decide inventar otras más convenientes, el relativista ajusta su ética a su comodidad. Esto puede parecer liberador, pero en realidad es un acto de evasión: se evita el dolor de enfrentar el mal propio, y se anula toda posibilidad de justicia objetiva. Si toda moral es subjetiva, entonces no hay fundamento sólido para condenar ninguna acción, por atroz que sea. No hay manera de afirmar que torturar a un inocente es “objetivamente” malo. En ese marco, solo queda el gusto personal, la presión social o el poder. Pero sin un bien trascendente, no puede haber ni ...
Notas sobre pensamientos y libros