Sentado frente a la hoguera
esperando a que el día cerrara sus ojos,
a que las aves dejaran de hablar
para que los grillos cantaran mientras que la luz de día caía herida
como hojas de otoño vencidas por el tiempo y que ahora danzan con el viento.
Oh bello sol! Quien te has acostado
para que la luna narre cuentos viejos
escritos en el lirio de las estrellas.
Me he quedado sentado en aquella montaña
embrigado del recuerdo de aquellos besos
que ahora ya no puedo olvidar,
donde el único sabor del manjar se llama el recuerdo;
rastros de ti han quedado dentro de mi y mis rastros ya nadie los sigue.
Te llevo en el recuerdo bella amada dondequiera que estés posada
aunque nuestra partida fue dolorosa
y aunque en el dolor de nuestro adiós en los sueños cabo profundo
al centro del corazón desolado;
aunque el sentimiento de dolor se quedo vivo dentro de la despedida
pero ese sentimiento no apaga el sentido de amar
y ese sentimiendo no se comparará
con el que habrá en nuestro reencontrar.
Despúes del eterno tiempo cubierto por el polvo y
sin mirar alguna señal de tu venida,
el amor quedo intacto y situado en la espera de tu llegada
a pesar de que mi mirada no te llegó a tocar
con un vistazo de mi eterna busqueda
durante el alba y la madrugada.
Tu ausensia se ha convertido en mi tristeza,
en lagrimas que brotan del alma.
En el correr de las agujillas que marcan las horas
la paciencia se transformó en mi virtud y de la esperanza me he fiado;
te seguiré buscando en el mar de constelaciones;
te seguiré buscando dentro y fuera del tiempo;
te seguiré buscando mí bella amada
a la cual le he concedido mi corazón y alma.
Daniel C.
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